martes, 31 de agosto de 2010

Vida Cotidiana de la Familia Gaez Hinostroza

Bárbara Gaez Hinostroza, principal relatora del hecho histórico local “Me llamo Bárbara Del Carmen Gaez Hinostroza, fui nacida y criada en el sector rural La Huacha, entre Casma y Frutillar. Ahí, fue mi papá nacido y criado también y ahí se casó y nacimos nosotros los siete hermanos. Mi papá se llamaba Eugenio Gaez Huenuqueo y mi mamá se llamaba Amelia Hinostroza Hinostroza”.

La generación de Bárbara, la de su padre y de su abuelo, habitaron en el sector rural de San Martín-La Huacha, ubicado a 15 Km. al norte de la comuna de Frutillar, cuyo primer propietario reconocido fue Nicolás Huenuqueo Ron, bisabuelo de Bárbara, quien fue entregando partes del terreno a sus hijos toda vez que se casaban y éstos a los suyos, tal como indica la tradición. Las partes debían ser cercadas y trabajadas por éstos.


Eran hombres y mujeres de trabajo, para el sustento recurrían a la actividad agrícola: siembra de trigo, avena y papas y la producción de carbón, criaban animales y extraían sus propios productos, hacían leña, cultivaban huertas y en general, no conocieron la escasez. Trabajaban comunitariamente, se cosechaba en una casa y luego en la del vecino y en la de otros y posteriormente se comercializaba.

Bárbara Gaez Hinostroza, trabajando en la huerta en compañía de sus hijos

“Mi papá, nos cuenta Bárbara, cosechaba lo de él y después lo buscaban los vecinos y salía a otras partes, a veces llegaba a los quince días a la casa. También, se dedicó a hacer carbón y leña y ahí recibía dos o tres ancianos y con eso él les pagaba y trabajaban y eso lo vendía a Frutillar”.

Los niños y niñas, a partir de los cinco años, eran requeridos para colaborar con las actividades propias del campo: regar huertos, apartar vacas, encerrar animales y todo aquello que les permitiera aprender para la vida futura, razón por la cual no era muy frecuente el encuentro recreativo con otros niños. Se recuerda que entre los hermanos se jugaba a la chueca, tejo, naipes y a la pelota.

Froilán Martínez Huenuqueo, esposo de Bárbara Gaez, junto a su hijo Sergio Isaías
No había escuela, no había lugares de atención de salud, por lo que generaban sus propios mecanismos naturales de atención: utilización de hierbas para atender dolencias; madres y abuelas para la atención de partos y en casos de gravedad o urgencias, debían movilizarse a comunas aledañas, si el clima y el estado de los caminos lo permitía.


El factor que predominaba en la relación padre-hijo era el respeto, el cual perduraba en el tiempo, independientemente de la edad. Las madres, principalmente, se dedicaban a las labores de casa, a la crianza y educación de los hijos, la cual era bastante rigurosa en los valores y en la conducta.

“Ella mandaba, ella decía cualquier cosa y eso tenía que hacerse y ella hablaba una sola vez, porque si uno no escuchaba tenía que sacar datos por los otros hermanos: ¿qué me dijo mi mami? o alguna cosa, porque si uno iba y le iba a preguntar, no daba datos. Decía: ¡yo hablo una sola vez, no voy a estar a gritos!. Así que, así nosotros nos criamos y ese criar nos llevamos hasta de viejos, total que con nuestros hermanos éramos uno solo, un cariño grande, un respeto”.

Amelia Del Carmen Martínez Gaez, Bárbara Gaez Hinostroza y Amelia Hinostroza Hinostroza (de izq. a der.)
La confección del vestuario familiar, era resuelta por las madres, quienes dominaban y traspasaban distintas técnicas de costura, hilado y tejido. Los géneros, materiales y otros enseres eran comprados anualmente en las ciudades de Puerto Montt u Osorno, normalmente después de cada cosecha.

El extenso territorio era fértil y delimitado naturalmente por un río, al otro lado de él habitaban familias alemanas y otras personas. Se limpiaba y extendía su uso con cada entrega de partes o hijuelas a los hijos que se casaban, labor que se afrontaba en familia.

“Cuando yo me casé, nos cuenta Bárbara, mi papá nos entregó una hijuela, llamó a los otros hijos y comenzamos a limpiar y a levantar mi casa. Yo para trabajar era igual que hombre no más, no me faltó nada, llevé mis animales y mi papá nos dio ovejas, chanchos, gallinas, gansos, pavos, patos, todo lo que se crece en el campo. Y así crecí a mis hijos, contenta porque decía yo: aquí tenemos terreno y les voy a enseñar a trabajar para que ellos también sigan lo mismo. Porque lo que hacen los mayores a uno le queda como recuerdo y eso no se olvida nunca”.

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