domingo, 29 de agosto de 2010

Muerte de Eugenio Gaez Huenuqueo

Dibujo étnico realizado por Sebastián Vargas, artista plástico de la Comuna de Frutillar
A tres años de haber salido en libertad y aún firmando su reclusión domiciliaria y en vísperas de la celebración de Fiestas Patrias, Eugenio Gaez viajaba a Frutillar a hacer entrega de carbón, tarea que era habitual. Llegó la tarde y no se visualizaba su regreso, ni al día siguiente. Los hijos y familia salieron en su búsqueda, recorrieron Frutillar, Casma, Quilanto, Los Bajos y lugares aledaños, sin éxito. Al tercer día, la carreta de Eugenio Gaez y todas sus pertenencias es avistada camino a Quilanto, por un inquilino del sector.


El día 18 de septiembre de 1974, el jefe de retén de Frutillar Alto, notifica a uno de sus hijos la muerte de su padre y que sus restos se encuentran en la morgue de Puerto Varas. El cuerpo había sido trasladado por carabineros de Frutillar quienes, se suponía, ayudaban en su búsqueda.

Bárbara recuerda: “serían como las doce de la noche cuando llegaron a la casa, yo estaba en mi casa con mis chicos, andaba mi marido, andaba mi cuñado, andaban mis dos hermanos, sobrinos, todos cortaban por un lado y por otros en busca, no aparecía, pero a mi no me dijeron nada, pasaron a la casa y me dijeron que si tenía valor que me aliste y vaya a la casa donde mi mamá. Yo me pensé, mi papi es muerto, porque ya tantos días y nunca hacía eso, no más que mi papá murió, lo mataron a mi papi, se me vino esa palabra, me puse a llorar y ahí llegó mi hermano, se abrazó donde mi y me dijo: no, hermanita, mi papi está mal, está enfermo, apareció enfermo lo tienen en el hospital, yo le dije: no, mi papi lo han muerto…”

Años atrás, Eugenio Gaez había sido amenazado de muerte, acción que no se había concretado. Una tarde, fue visitado por un hombre alto y delgado que señalaba ser enviado por Alberto Gallardo y cuya misión sería la de acabar con la vida de Gaez, a cambio recibiría la suma de quinientos mil pesos. Conversaron por largo rato, conoció a su esposa e hijos y finalmente el extraño desistió de la tarea; cambio recomendó su cuidado.

Iba llegando ese hombre, recuerda Bárbara, los perros lo salieron a encontrar, mi papá los enojó, lo fue a encontrar y le dijo: perdón, es usted Don Eugenio Gaez, sí, empezó a conversar el hombre y de ahí le dijo: ¿no tiene cigarros?, convídeme, si, le dijo mi papá y de ahí nos miraba a todos nosotros y le dijo ¿esos son sus hijos?, sí, son siete, le dijo (mi hermano mayor ya era más adulto), le dijo:, mire, yo vengo mandado, por Alberto Gallardo, ¿lo conoce?, sí, le dijo mi papá, vengo mandado por él, quizás, ¿qué sería?, le dijo mi papá, que lo venga a matar, le dijo, en la puerta de su casa, me pagaba $ 500.000, pero no lo voy a hacer, le dijo, y aquí está el arma que me dio, un revolver. Nosotros nos fuimos a abrazar donde mi papi y mi papi quedó sin habla. Le dijo, a mi papi: le recibí la plata y el revolver pa que lo pase a matar pero no lo voy a hacer, cuídese, le dijo, porque usted está amenazado de muerte y yo me voy y si pasa alguien preguntando por mí, digan que no me han visto...con mi papi entramos y nos encerramos, ya no salimos más afuera y se fue ese hombre, no llegó nunca más.

Después, pasaron los años...igual lo mataron...”

Hasta el día de hoy la muerte de Eugenio Gaez es un misterio, no se conoce investigación ni versiones oficiales, a pesar de que el cuerpo tenía muestras de evidente maltrato y tortura.

“A mi papi lo mataron, nos cuenta Bárbara, y ¡una muerte!, fíjese que yo lo revisé de la cintura para arriba, estaba golpeado y le atravesaron un fierro en la cabeza…

Los puros carabineros llegaron cuando a él se le estaba velando. Mi mamá les decía, les reclamaba, no, nunca se escuchó, nunca se hizo justicia”.


Tras la muerte de Eugenio Gaez, su hija Bárbara asume el liderazgo y representación para la defensa de sus tierras. Al poco tiempo, Alberto Gallardo vende los derechos de la tierra a Francisco García, el cual nunca presentó documentos legales de compra. Frente a esto, la situación no cambiaba para la familia Gaez, quedaba igualmente pendiente la demanda de desalojo.

Posteriormente, Alberto Gallardo se enferma de gravedad y muere, al igual que su esposa y un hijo.

Las demandas de abandono del terreno continuaron, patrocinadas por Francisco García. Le correspondió a Bárbara Gaez afrontar estos requerimientos, sin embargo, este liderazgo asumido se prestó para malos entendidos entre las hermanas, quienes, influenciadas por terceros, suponían que Bárbara no sólo hacía trámites administrativos, sino que creían que trataba de negociar en su beneficio con el nuevo dueño. De esta manera nace un dejo de desconfianza y división familiar, lo cual fue muy conveniente para el desenlace producido en este hecho.

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