martes, 31 de agosto de 2010

Quiénes Somos

Grupo de Trabajo MSXX de Frutillar junto a Bárbara Gaez y su familia en la Biblioteca de Frutillar el 23 de Abril de 2010
El "Desalojo de la Comunidad Huilliche de San Martín", es un hecho de interés local que indagamos un grupo de personas interesadas en participar de las actividades del Programa Memorias de Siglo XX en la comuna de Frutillar y que actualmente integramos el “Grupo de Trabajo de Memorias de Frutillar”.


El Programa Memorias del Siglo XX, es un programa que se desarrolla desde la Biblioteca y que estimula hacia la participación social y el rescate patrimonial de las comunidades del país.

En el año 2008, nos motivó conocer cómo y por qué se produjo este desalojo que afectó a un grupo de familias comuneras mapuche que habitaron desde la década de 1890 en el sector rural de San Martín de Frutillar.

El primer propietario reconocido de estas tierras, de una extensión territorial de 250 hectáreas, fue Nicolás Huenuqueo Ron y en la tercera generación de su descendencia, la de Eugenio Gaez Huenuqueo (nieto de Nicolás Huenuqueo), en la década de 1960, se inicia un proceso violento y engañoso para el despojo de estas tierras, el cual tras la muerte de Eugenio Gaez es traspasado a su hija Bárbara Gaez Hinostroza.

El proceso de intento de despojo y/o de defensa de estas tierras se desarrolló por más de treinta años y finaliza en el año 1992, con el desalojo de las familias de la comunidad a terrenos de la vecina comuna de Fresia, en el sector rural de Pichi Maule.

El Grupo de Trabajo de Memorias de Frutillar, realizó diversas jornadas de trabajo para recoger testimonios y diálogos que nos permitieran reconstruir este hecho, Bárbara Gaez Hinostroza (hija de Eugenio Gaez), ha sido la principal articuladora de diálogos y recuerdos.

Hemos construido en presente sitio, para dar a conocer los resultados de este trabajo, el cual da cuenta de la existencia de estas familias, de la vida cotidiana y de las costumbres y de las principales vivencias del proceso de desalojo.

Registro Jornadas Grupo de Trabajo MSXX de Frutillar en terreno. Hogar de Bárbara Gaez, Sector Pichi Maule, Comuna de Fresia.

Vida Cotidiana de la Familia Gaez Hinostroza

Bárbara Gaez Hinostroza, principal relatora del hecho histórico local “Me llamo Bárbara Del Carmen Gaez Hinostroza, fui nacida y criada en el sector rural La Huacha, entre Casma y Frutillar. Ahí, fue mi papá nacido y criado también y ahí se casó y nacimos nosotros los siete hermanos. Mi papá se llamaba Eugenio Gaez Huenuqueo y mi mamá se llamaba Amelia Hinostroza Hinostroza”.

La generación de Bárbara, la de su padre y de su abuelo, habitaron en el sector rural de San Martín-La Huacha, ubicado a 15 Km. al norte de la comuna de Frutillar, cuyo primer propietario reconocido fue Nicolás Huenuqueo Ron, bisabuelo de Bárbara, quien fue entregando partes del terreno a sus hijos toda vez que se casaban y éstos a los suyos, tal como indica la tradición. Las partes debían ser cercadas y trabajadas por éstos.


Eran hombres y mujeres de trabajo, para el sustento recurrían a la actividad agrícola: siembra de trigo, avena y papas y la producción de carbón, criaban animales y extraían sus propios productos, hacían leña, cultivaban huertas y en general, no conocieron la escasez. Trabajaban comunitariamente, se cosechaba en una casa y luego en la del vecino y en la de otros y posteriormente se comercializaba.

Bárbara Gaez Hinostroza, trabajando en la huerta en compañía de sus hijos

“Mi papá, nos cuenta Bárbara, cosechaba lo de él y después lo buscaban los vecinos y salía a otras partes, a veces llegaba a los quince días a la casa. También, se dedicó a hacer carbón y leña y ahí recibía dos o tres ancianos y con eso él les pagaba y trabajaban y eso lo vendía a Frutillar”.

Los niños y niñas, a partir de los cinco años, eran requeridos para colaborar con las actividades propias del campo: regar huertos, apartar vacas, encerrar animales y todo aquello que les permitiera aprender para la vida futura, razón por la cual no era muy frecuente el encuentro recreativo con otros niños. Se recuerda que entre los hermanos se jugaba a la chueca, tejo, naipes y a la pelota.

Froilán Martínez Huenuqueo, esposo de Bárbara Gaez, junto a su hijo Sergio Isaías
No había escuela, no había lugares de atención de salud, por lo que generaban sus propios mecanismos naturales de atención: utilización de hierbas para atender dolencias; madres y abuelas para la atención de partos y en casos de gravedad o urgencias, debían movilizarse a comunas aledañas, si el clima y el estado de los caminos lo permitía.


El factor que predominaba en la relación padre-hijo era el respeto, el cual perduraba en el tiempo, independientemente de la edad. Las madres, principalmente, se dedicaban a las labores de casa, a la crianza y educación de los hijos, la cual era bastante rigurosa en los valores y en la conducta.

“Ella mandaba, ella decía cualquier cosa y eso tenía que hacerse y ella hablaba una sola vez, porque si uno no escuchaba tenía que sacar datos por los otros hermanos: ¿qué me dijo mi mami? o alguna cosa, porque si uno iba y le iba a preguntar, no daba datos. Decía: ¡yo hablo una sola vez, no voy a estar a gritos!. Así que, así nosotros nos criamos y ese criar nos llevamos hasta de viejos, total que con nuestros hermanos éramos uno solo, un cariño grande, un respeto”.

Amelia Del Carmen Martínez Gaez, Bárbara Gaez Hinostroza y Amelia Hinostroza Hinostroza (de izq. a der.)
La confección del vestuario familiar, era resuelta por las madres, quienes dominaban y traspasaban distintas técnicas de costura, hilado y tejido. Los géneros, materiales y otros enseres eran comprados anualmente en las ciudades de Puerto Montt u Osorno, normalmente después de cada cosecha.

El extenso territorio era fértil y delimitado naturalmente por un río, al otro lado de él habitaban familias alemanas y otras personas. Se limpiaba y extendía su uso con cada entrega de partes o hijuelas a los hijos que se casaban, labor que se afrontaba en familia.

“Cuando yo me casé, nos cuenta Bárbara, mi papá nos entregó una hijuela, llamó a los otros hijos y comenzamos a limpiar y a levantar mi casa. Yo para trabajar era igual que hombre no más, no me faltó nada, llevé mis animales y mi papá nos dio ovejas, chanchos, gallinas, gansos, pavos, patos, todo lo que se crece en el campo. Y así crecí a mis hijos, contenta porque decía yo: aquí tenemos terreno y les voy a enseñar a trabajar para que ellos también sigan lo mismo. Porque lo que hacen los mayores a uno le queda como recuerdo y eso no se olvida nunca”.

lunes, 30 de agosto de 2010

Origen y Desarrollo del Desalojo

Bárbara Del Carmen y María Albertina Gaez Hinostroza, hijas de Eugenio Gaez y Amelia Hinostroza (en primer plano), junto a su sobrina Claricia Por el curso natural de la vida, los hermanos de Eugenio Gaez fueron falleciendo, ante esto y por orden de su madre, Claudina, le entregó a él el cuidado del terreno. Bárbara nos cuenta haber escuchado a su abuela decirle a su padre: “Hijo, ahora tú tienes que cuidar el campo, porque ya te vas quedando solo, vas a tener que poner orden y cuidar, que no vayan a venir animales ajenos, mantener y cerrar cercos y trancas...”

Colindante al terrero de los Gaez vivía una familia apellidada Gallardo, la de Alberto Gallardo, vecino que realizaba habituales visitas de cortesía a la familia. Se recuerda que era la década del sesenta y una de esas habituales visitas fue realizada por Alberto Gallardo para informarle a Eugenio Gaez que se había hecho propietario de la parte de su hermana fallecida Rosario Gaez, al igual que las partes de Ana Gómez y Doralisa Loncochino, viudas de sus hermanos, y además, para solicitarle categóricamente que le hiciera entrega del terreno completo, ya que él deseaba dejárselo en herencia a sus hijos.

“Estábamos nosotros para cenar, recuerda Bárbara, cuando de repente llegó, estuvieron conversando, tarde ya de la noche se fue y cuando se fue le dijo a mi papá: compadre Eugenio, le dijo, yo vengo, le dijo, que usted me haga entrega del campo, porque yo he comprado tantas parcelas y quiero que usted me lo entregue y mi papá le dijo: y, ¿a quién le compró?. La primera compra que tengo, le dijo, y aquí están los papeles, es a su hermana Rosario Gaez Huenuqueo (era casada con un Díaz, y ella nunca vivió dentro del campo porque el finado de su marido era inquilino y vivían de inquilinos en otras partes), y entonces mi papá le dijo: y la Rosario qué le iba a vender cuando ella no ha venido ni hacer ni una huerta dentro del campo, no sé, le dijo, pero ella me vendió, su marido me vendió, son casados. Más de ello, dijo, tengo compra de la Ana Gómez (que era casada con Gaez), la Doralisa, era Loncochino (y era casada con Gaez), todas esas me vendieron y yo necesito mi terreno porque quiero dejarle una parte a mis hijos”.

La solicitud realizada, tomó por sorpresa a Eugenio Gaez, quien a pesar de ello, no expresó como respuesta una negativa absoluta, sino más bien, le entregó como contrapropuesta que le cedería un total de 50 hectáreas, argumentando que no podía desprenderse de la totalidad del terreno, ya que era la única fuente de sustento para la familia y el futuro de sus hijos, propuesta que fue respaldada por su esposa Amelia. El argumento no fue aceptado por Alberto Gallardo y esto representó el término de las visitas cordiales.

Féliz Zenteno Gaez, Fernando Osvaldo Gaez Hinostroza, Juan Gaez y Amelia Hinostroza Hinostroza (de izq. a der.)

Pasados dos o tres meses y a través de carabineros, Eugenio Gaez recibe notificación para comparecer en el Juzgado de Puerto Varas. Acude a esa instancia, se encuentra con Alberto Gallardo y es informado que ha sido demandado para entregar sus tierras, porque es un ocupante. Eugenio Gaez, desconoció tal demanda y señaló no tener obligación, ya que vivió en terrenos heredados por sus mayores, que habían inscrito en tierras indígenas y que no se pueden vender o ceder bajo las leyes chilenas.

Transcurrieron dos meses y son visitados por un receptor acompañado de carabineros quienes le entregaron la primera orden de desalojo.

La comunidad pierde la tranquilidad. Se iniciaron constantes y amedrentadoras visitas de la fuerza pública con la clara advertencia del desalojo, produciéndose fuertes diálogos y enfrentamientos, quedando en evidencia la férrea oposición de las familias.

Una tarde de lluvia de agosto de 1967, Eugenio Gaez se daba a las tareas del campo y fue avisado por el hijo de un vecino de la llegada masiva de más de sesenta carabineros que acompañados por Alberto Gallardo se aproximaban cercando su casa, llevaban herramientas, alambres y estacones, para fijar los nuevos límites. Alertado, Gaez corrió al sitio indicado seguido de Amelia, hijos y otros que iban a pies y a caballo.

Eugenio Gaez fue golpeado y amarrado a un estacón, lo cual provocó la ira de los hijos y familias, quienes haciendo uso de herramientas, palos y otros lo defienden, desatándose la más aguerrida gresca que se recuerde.

“Yo me quedé en la casa, todo el tiempo me tocaba quedarme en la casa, nos cuenta Bárbara, y llegó el chico corriendo otra vez y me dice: se armó una tremenda pelea porque mi abuelito cuando llegó le pegaron y lo fueron a amarrar a un cerco colindante con los Pohl, lo hicieron saltar la cuneta y lo amarraron en el estacón del cerco, en eso llega mi mamá, y ella lo iba a desatar, entonces los carabineros le pegaron a mi mamá, y mi mami se defendió con un machete y ahí se armó una gran pelea…”

Eugenio Gaez es liberado y logró huir y refugiarse junto a su familia en la casa de una hija en la ciudad de Puerto Montt. Posteriormente, fueron todos encontrados y encarcelados a excepción de uno de los hermanos, motivo por el cual, a diario, carabineros invadía el hogar de Eugenio Gaez.

“Llegaban y daban vuelta todo lo que había, recuerda Bárbara, fue una cosa tan terrible si nosotros no nos podíamos ni sentar a tomar una taza de café o un mate, los carabineros ahí, todos los días…”

Eugenio Gaez Huenuqueo fue condenado a cuatro años de cárcel; sus hijos Osvaldo y Gregorio a dos años y Amelia a tres meses, siendo recluida en la cárcel de Puerto Varas.

La condena recibida no fue mayor gracias al respaldo obtenido por la dirigencia nacional y local del Partido Comunista de Chile de la época, quienes pusieron a disposición de la causa al abogado Hugo Ocampo Paniagua y enviaron a un corresponsal del diario El Siglo para detener el hostigamiento de carabineros y denunciar a nivel nacional el atropello. Esta última acción, significó, finalmente, el término de los enfrentamientos con la fuerza pública.

La familia Gaez Huenuqueo, no declara haber tenido simpatía ni militancia política.

domingo, 29 de agosto de 2010

Muerte de Eugenio Gaez Huenuqueo

Dibujo étnico realizado por Sebastián Vargas, artista plástico de la Comuna de Frutillar
A tres años de haber salido en libertad y aún firmando su reclusión domiciliaria y en vísperas de la celebración de Fiestas Patrias, Eugenio Gaez viajaba a Frutillar a hacer entrega de carbón, tarea que era habitual. Llegó la tarde y no se visualizaba su regreso, ni al día siguiente. Los hijos y familia salieron en su búsqueda, recorrieron Frutillar, Casma, Quilanto, Los Bajos y lugares aledaños, sin éxito. Al tercer día, la carreta de Eugenio Gaez y todas sus pertenencias es avistada camino a Quilanto, por un inquilino del sector.


El día 18 de septiembre de 1974, el jefe de retén de Frutillar Alto, notifica a uno de sus hijos la muerte de su padre y que sus restos se encuentran en la morgue de Puerto Varas. El cuerpo había sido trasladado por carabineros de Frutillar quienes, se suponía, ayudaban en su búsqueda.

Bárbara recuerda: “serían como las doce de la noche cuando llegaron a la casa, yo estaba en mi casa con mis chicos, andaba mi marido, andaba mi cuñado, andaban mis dos hermanos, sobrinos, todos cortaban por un lado y por otros en busca, no aparecía, pero a mi no me dijeron nada, pasaron a la casa y me dijeron que si tenía valor que me aliste y vaya a la casa donde mi mamá. Yo me pensé, mi papi es muerto, porque ya tantos días y nunca hacía eso, no más que mi papá murió, lo mataron a mi papi, se me vino esa palabra, me puse a llorar y ahí llegó mi hermano, se abrazó donde mi y me dijo: no, hermanita, mi papi está mal, está enfermo, apareció enfermo lo tienen en el hospital, yo le dije: no, mi papi lo han muerto…”

Años atrás, Eugenio Gaez había sido amenazado de muerte, acción que no se había concretado. Una tarde, fue visitado por un hombre alto y delgado que señalaba ser enviado por Alberto Gallardo y cuya misión sería la de acabar con la vida de Gaez, a cambio recibiría la suma de quinientos mil pesos. Conversaron por largo rato, conoció a su esposa e hijos y finalmente el extraño desistió de la tarea; cambio recomendó su cuidado.

Iba llegando ese hombre, recuerda Bárbara, los perros lo salieron a encontrar, mi papá los enojó, lo fue a encontrar y le dijo: perdón, es usted Don Eugenio Gaez, sí, empezó a conversar el hombre y de ahí le dijo: ¿no tiene cigarros?, convídeme, si, le dijo mi papá y de ahí nos miraba a todos nosotros y le dijo ¿esos son sus hijos?, sí, son siete, le dijo (mi hermano mayor ya era más adulto), le dijo:, mire, yo vengo mandado, por Alberto Gallardo, ¿lo conoce?, sí, le dijo mi papá, vengo mandado por él, quizás, ¿qué sería?, le dijo mi papá, que lo venga a matar, le dijo, en la puerta de su casa, me pagaba $ 500.000, pero no lo voy a hacer, le dijo, y aquí está el arma que me dio, un revolver. Nosotros nos fuimos a abrazar donde mi papi y mi papi quedó sin habla. Le dijo, a mi papi: le recibí la plata y el revolver pa que lo pase a matar pero no lo voy a hacer, cuídese, le dijo, porque usted está amenazado de muerte y yo me voy y si pasa alguien preguntando por mí, digan que no me han visto...con mi papi entramos y nos encerramos, ya no salimos más afuera y se fue ese hombre, no llegó nunca más.

Después, pasaron los años...igual lo mataron...”

Hasta el día de hoy la muerte de Eugenio Gaez es un misterio, no se conoce investigación ni versiones oficiales, a pesar de que el cuerpo tenía muestras de evidente maltrato y tortura.

“A mi papi lo mataron, nos cuenta Bárbara, y ¡una muerte!, fíjese que yo lo revisé de la cintura para arriba, estaba golpeado y le atravesaron un fierro en la cabeza…

Los puros carabineros llegaron cuando a él se le estaba velando. Mi mamá les decía, les reclamaba, no, nunca se escuchó, nunca se hizo justicia”.


Tras la muerte de Eugenio Gaez, su hija Bárbara asume el liderazgo y representación para la defensa de sus tierras. Al poco tiempo, Alberto Gallardo vende los derechos de la tierra a Francisco García, el cual nunca presentó documentos legales de compra. Frente a esto, la situación no cambiaba para la familia Gaez, quedaba igualmente pendiente la demanda de desalojo.

Posteriormente, Alberto Gallardo se enferma de gravedad y muere, al igual que su esposa y un hijo.

Las demandas de abandono del terreno continuaron, patrocinadas por Francisco García. Le correspondió a Bárbara Gaez afrontar estos requerimientos, sin embargo, este liderazgo asumido se prestó para malos entendidos entre las hermanas, quienes, influenciadas por terceros, suponían que Bárbara no sólo hacía trámites administrativos, sino que creían que trataba de negociar en su beneficio con el nuevo dueño. De esta manera nace un dejo de desconfianza y división familiar, lo cual fue muy conveniente para el desenlace producido en este hecho.

sábado, 28 de agosto de 2010

Engaños y Tramitaciones: La Consolidación del Desalojo

Bárbara Gaez Hinostroza, junto a sus hijos y enseres el día del desalojo (1992)La familia Gaez Hinostroza recurrió a la ayuda legal a través de abogados, se recuerda en particular a Jaime Millán de Puerto Montt quien les reafirmó la tesis de que no había motivo legal por el que tuvieran que abandonar sus tierras. Previo a la entrega de una importante suma de dinero se comprometió a realizar los escritos necesarios para detener la demanda de desalojo y la presencia de carabineros. Se realizaron un sinnúmero de escritos y pagos de honorarios y la situación no fue revocada.

Nos cuenta Bárbara,
“yo le pagué, pasarían unos 15 días, 1 mes a lo mucho y vuelta los carabineros con la orden de desalojo, me volví a ir donde él, incluso él fue al campo, al campo fue a ver y también con el mismo engaño, total que cualquier cantidad de escritos y nunca tuvo solución eso. Por eso digo yo, no sé a qué se debía eso, tanto abuso, eso lo encuentro un abuso aminorante, yo que poco sé leer pero yo encuentro que era un abuso, una burla y así fuimos quedando a manos cruzadas, por eso digo yo: eso fue una burla grande dentro de la misma autoridad, dentro de la misma justicia”.

La temporal división y desconfianza, producida principalmente entre las hermanas, fue la causa de que estas últimas se apoyaran en la ayuda ofrecida por una persona de la localidad de Casma, quien ofreció y aseguró diligenciar para evitar el desalojo, y a la cual, en confianza plena, le fue entregada toda documentación y poderes existentes. Los testimonios dan cuenta de que esta persona sería la que finalmente negoció los terrenos en su propio beneficio con el nuevo propietario, omitiendo los intereses y deseos de la comunidad.

“Mis hermanas, cuenta Bárbara,
se buscaron a otra persona que ellas querían andar, pero nunca anduvieron, nunca fueron a una oficina, sino que la persona que llegó a ofrecer su ayuda fue Mirtha González de Casma, quien les llegó a ofrecer que ella lo iba a sacar en limpio y le iba a dar la asesoría de que no íbamos a ser desalojados de allá y éstas se dieron a ella, así que ella hacía los trámites y ellas nunca salían a otra parte. Ella les decía pásenme todos los documentos que tengan y ellas entregaron todo eso y ella hacía, al último fue ella la que salió negociando con García y nosotros tuvimos que salir, así que eso fue lo malo que hubo: división, y esa mujer, hizo lo que ella quiso...”

La Confederación de Campesinos Indígenas “El Surco”, dirigentes sociales de Frutillar y Pantanosa, se reunieron con la comunidad e intercedieron con las autoridades locales de la época, para solicitar nuevas tierras para las familias afectadas.

“Después del desalojo, recuerda Bárbara,
no recibimos mucha ayuda de la gente, teníamos muchos buenos vecinos allá, pero en ese tiempo toda la gente quedaba cobarde, porque cuando pasó eso al que pillaban en la casa lo llevaban los carabineros, así que así que aunque hubieran sido hombres o mujeres tenían temor de llegar, no era porque nosotros vivíamos mal con alguien, sino que era por eso, y el único que nos ayudó, yo lo tengo y les digo a mis hijos como una historia cuando en veces conversamos, fue Don Alberto Ruiz, la señora Clénida Nié, Maribel y Violeta...ellos me ayudaban mucho porque yo soy nacida y criada en el campo, un campo trasmano, yo en qué oficina, si no hubiera tenido la ayuda de ellos ¿a dónde iba a ir yo?, me indicaban, poco sé leer, me indicaban, era joven y con el pensar me quedaba totalmente recaída y ellos me ayudaban, me andaban acompañando y eso yo lo noto una ayuda muy especial cuando uno necesita y a esa gente yo le agradezco hasta que Dios me lleve”.

Para evitar el desalojo de las tierras, Bárbara Gaez recurrió finalmente a la Intendencia, se entrevistó y presentó su problema al Intendente de la época (Rabindranath Quinteros Lara), quien tras analizar la situación y con una muy buena atención le dio tranquilidad y seguridad de que el desalojo no tendría efecto. Dejaron concertada una nueva entrevista para el mes siguiente. Llegada la fecha, Bárbara nuevamente acudió con la autoridad regional, quien en la oportunidad presentó una clara negativa de atenderles y les hizo llegar un mensaje categórico de que ya no tendrían derechos.

viernes, 27 de agosto de 2010

Desocupación de las Tierras (1992)

Amelia Hinostroza Hinostroza, junto a sus hijos, nueras y nietos en La Huacha-San MartínDurante largos años Bárbara Gaez y su familia emprendieron una aguerrida lucha en defensa de sus tierras, enfrentamientos, escritos, notificaciones y largas jornadas de intentos de acuerdos fueron desgastándolos y debilitándolos. Lo que se acrecentó con la partida de su madre y su amado hermano Horacio, la cual sucedió en un mismo día.

Recuerda Bárbara:
“se sepultó mi mamá, se sepultó mi hermano y yo en realidad no hallaba donde irme, habían momentos en que yo no pensaba de mi casa, no pensaba de mis hijos, buscaba mi ropa y decía yo: me voy, pero en ese momento si no era uno era otro llegaban mis hijos y se abrazaban donde mi, porque lo último que me iba quedando era mi madre, mi hermano y ya se perdieron, ya quedé sola, decía yo, y todos mis chicos chicos. Ya no tuve ese cariño de trabajar, no tuve ese cariño de ir a la huerta a mirar nada, yo le decía a mi marido: yo pillara donde irme, me voy…”

Con el correr de los años, las familias ya no eran las mismas, lo que debía ser una vida cotidiana normal en un fértil territorio, había sido empañado por el miedo, la intranquilidad y la inseguridad del despojo. También, se transformó en un habitual la detención de hijos y sobrinos a los cuales se les adjudicaba cualquier hecho delictual ocurrido en el sector, sin mediar para ello, testigos ni investigación.

Al finalizar la década del ochenta, Francisco García logró reunirse con la representante de las seis familias que quedaban en la comunidad, las otras habían partido al pueblo, a Puerto Montt, a Maullín y a otros lugares.

Bárbara, accedió a escuchar el nuevo planteamiento, el que consistía igualmente en hacer abandono de las tierras y la entrega a ella de 1 hectárea en otro lugar, excluyendo a las restantes familias. Bárbara, rechazó categóricamente la propuesta.
Desalojo de la Comunidad Huilliche de San Martín 15

Finalmente, Francisco García, en reunión realizada con la presencia de las familias de la comunidad, representantes de la Confederación de Campesinos, Dirigentes Sociales de Frutillar y el Alcalde de la época Osvaldo Fritz Klocker, ofreció la suma de tres millones de pesos para la compra de un nuevo terreno y algunas mediaguas para las familias.

Se visitaron dos terrenos, uno ubicado en la ciudad de Osorno, aledaño al río Rahue, con una extensión de 1 hectárea, la cual fue rechazada. El otro, ubicado en la comuna de Fresia, de 6 hectáreas de extensión.

Previa consulta familiar, y considerando las duras vivencias del proceso, el desgaste propio, el cansancio y la nula posibilidad de recuperar legalmente las tierras, deciden abandonar las tierras. Serían trasladados al sector de Pichi Maule, terreno que fue comprado por Francisco García, lugar donde actualmente habitan.

Bárbara recuerda, “les dije a las familias ¿y ahora?, bueno, no queda otra, vámonos para allá, me dijeron, así recobramos la paz y protegemos a nuestros hijos”.

jueves, 26 de agosto de 2010

Asentamiento en Pichi Maule, Comuna de Fresia (1992)

Actual hijuela de Bárba Gaez Hinostroza en Pichi Maule, Comuna de FresiaLos ancestrales terrenos de 250 hectáreas de propiedad del bisabuelo Nicolás Huenuqueo Ron, las vivencias sembradas, las vivencias cosechadas de generación en generación, fueron entregadas. Las seis familias de la mano de Bárbara Gaez fueron radicadas en la localidad de Tegualda, comuna de Fresia, en un terreno de 6 hectáreas.

Llovía amargamente esa tarde de invierno en que llegaron al nuevo lugar, a un terreno inhóspito, sin árboles, sin conocer a nadie, sin casa, sólo en compañía de una vaca paría, seis ovejas y un caballo. A modo de primer hogar, se utilizó nylon y una carpa. Bárbara, llega en compañía de dos hijos.

Al siguiente mes, Francisco García envió a través de la Municipalidad las medias aguas comprometidas, se dividió el terreno asignándose 1 ¼ hectárea por cada familia.

Sede Social de la Comunidad Indígena Pichi Maule, Comuna de FresiaAl poco tiempo, se integran a la Comunidad Indígena Pichi Maule, existente en esa localidad e iniciaron una nueva era. Las seis familias continúan siendo representadas por Bárbara.

“Lo más penoso de estar aquí, nos cuenta Bárbara, es que ya no volveré a tener lo que tuve, porque ya me encuentro más recaída, si llegaría a tener un espacio como para poder trabajar como lo hacía en mi campo, ya no podría con eso, porque yo aquí lo veo, trabajo en mi huerta y ya estoy recaída”.

Actuales herramientas de trabajo de la familia Gaez Hinostroza en Pichi Maule, Comuna de Fresia
Actualmente, las familias desalojadas continúan habitando en el lugar, Bárbara vive junto a dos hijos solteros siguen destinos conocidos: trabajar la tierra, criar animales, forestar, cultivo de huertas y otras actividades para el sustento. Vuelven a encontrarse con la ansiada tranquilidad, aún cuando perdura la nostalgia y la pena por lo perdido.


Desde la distancia que marca el tiempo, Bárbara señala: “el recuerdo más feliz que tengo es cuando era niña, cuando vivía bajo el alero de mi padre y mi madre, mi criar que fue muy bueno y fuimos de muchas cosas que con su trabajo lo tenía. Entonces, a nosotros no nos faltó nunca un pedazo de pan, mi papá llevaba el trigo al molino, llevaba 20 ó 30 sacos de trigo que se molían, después traía sus carretas de harinas, harinilla, afrechos, criábamos la carne no nos faltaba, así que ese es el recuerdo más hermoso que tengo, no nos faltó nunca nada a los siete hermanos que fuimos y mi padre, que fue un hombre muy generoso y muy bueno”.